sábado, 21 de diciembre de 2013

Colectivo imaginario

Y mientras los dos compartían los asientos del colectivo, el tacto empezó a hablar junto con sus recuerdos. De un momento al otro, comenzaron a sentir el paso del tiempo por causas más o menos sabidas. 
Ella y él dormitaban con un brazo de ambos por encima del otro, tal y como lo obligan los lugares reducidos. Él transitaba por un estado de nostalgia intermitente que lo hacía volver para atrás siempre que podía, y en esos instantes de reflexión le caían en el cerebro, como cataratas, todos aquellos lugares compartidos, vivencias a la par, lágrimas sinceras y hasta una visita salvadora a la casa de ella una madrugada difícil. La sentía como si fuera un globo lleno de helio, como arena que se escurre entre los dedos, como algo que se escapa sin poder evitarlo...Y no había nada que lo afligiera más. Pero se acordó de que él también fue globo y fue arena en más de una ocasión, sobre todo este último tiempo. Las circunstancias irrelevantes y secundarias que no les pertenecían se habían filtrado por algún lado.
De pronto a su olfato se le ocurrió hacer una aparición y por sus fosas nasales entró esa fragancia tan conocida, la misma que se huele en su habitación mientras tomás mate o que tienen impregnados sus peluches sobre la cama. La misma fragancia que él olió en su cuero cabelludo cuando ella sufrió algún mal de amor o alguna decepción irreparable. 
Los poros de su piel retomaron el discurso y hasta un escalofrío le recorrió el cuerpo al darse cuenta de la realidad de su situación, de caer una vez más en la cuenta de que la amistad entre el hombre y la mujer sí existe. No había nada más sincero que escuchar esa voz en la cabeza que le decía: "No la descuides, no la dejes ir, tapate los oídos si esas voces desafinadas intentan arruinar la armonía de la canción de ustedes dos". Y la voz tenía razón.
Ella se acomodó mejor en su asiento y apoyó su cabeza en el hombro de él. Así fue que él recordó aquella frase del Martín Fierro que dice: "los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera..." y decidió acomodarse mejor en el asiento, cerrando los ojos, feliz, y deseando que no se subiera ninguna vieja molesta o alguna mujer con hijos para que no le pidieran el asiento que, después de todo, les correspondía a ellas según el cartelito azul que lo señalaba desde arriba.


@Incredulas - 21/12/13

3 comentarios:

  1. Geniaal. Sigan escribiendo textos asi por favor!

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  2. Hermoso, me hizo recordar a mi historia :') al destino le encanta jugar...

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