domingo, 15 de octubre de 2017

Gracias, mamá

Es bueno saber que existe este día. Yo le doy gracias a la vida por tenerte y porque puedo compartir cada minuto con vos.
Gracias, mamá, por el día en que me enseñaste a caminar, porque me diste la seguridad de tus brazos que me sostuvieron siempre para que no me caiga.
Gracias, mamá, porque junto a vos aprendí el significado de la palabra más hermosa: amor.
Gracias, mamá, por cada velita que me ayudaste a apagar en cada una de mis fiestas de cumpleaños, prendiéndola y apagándola porque yo no me cansaba de soplar.
Gracias, mamá, por pasar noches despierta y preocupada por mí cuando estaba en un problema o estaba enferma. 
Gracias, mamá, por compartir todas mis alegrías y por ayudarme en mis tristezas. 
Gracias, mamá, por escucharme, aconsejarme, por luchar por mí, por darme todo, por no negarme tu hombro para que pueda llorar. 
Gracias, mamá, por guiarme cuando más confundida estaba y por darme valor cuando estaba asustada, por protegerme de cualquier peligro y confiar en mí.
Por eso y mucho más, hoy te digo...
¡Feliz día, vieja!
Siempre vas a ser mi referente para ser mejor persona, para creer en el amor incondicional y en el apoyo constante. Todavía necesito que me cuides, así que no te vayas porque me pierdo sin vos.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Noche de pensamientos

Se encontraba tirada en la cama preguntándose si todos, alguna vez, tuvieron una noche en la que pensaron que no habría un mañana. No en el sentido literal, sino más bien en algo figurado. Esas noches en las que la oscuridad no sólo estaba en la habitación, sino que también llenaba de sombras su interior. Esas noches donde el silencio hacía mucho ruido en sus ideas y no podía dejar de pensar cosas malas. Esas noches más frías que cualquier invierno y que la dejaban con una sensibilidad que nunca creyó tener. Esas noches donde ni siquiera el llanto aliviaba lo que sentía, porque aunque los problemas sean mínimos, su mente los agrandaba un ciento por ciento. Esas noches donde se sentía más que sola aunque tuviera a alguien al lado.
No tenía respuesta a si todos pasaron alguna vez por eso, pero estaba segura que a ella no era la primera vez que le sucedía. Desilusionada, angustiada, triste, con remordimiento y sin valor para nada, así se encontraba en ese momento. No entendía muy bien cómo era el proceso, pero cada vez que le pasaba sufría por la vida que llevaba. No es que haya vivido situaciones realmente feas, pero con pequeñas cosas ella lograba sentirse mal. En realidad nunca había vivido cosas que no haya vivido cualquier adolescente: problemas familiares, dudas existenciales, desmotivación en cuanto al estudio, desamores, etcétera.
Sin embargo, en esas noches no lograba cerrar los ojos tranquila, porque cuando lo hacía la comía el silencio y podía sentir todas estas cosas juntas y tristemente cada vez la golpeaban más duro. 
Lo que realmente le molestaba de sí misma era su poca valentía. Se sentía débil, inútil y muy miedosa. Le tenía miedo al futuro, a que le faltaran las personas que más amaba, a que su familia se fuera a romper o tuviera que sufrir, a ser una persona frustrada y no poder hacer nada por amor, a perder la pasión por la música, a crecer. 
Lo más triste de todo era que ella sabía que todas esas cosas las podía cambiar, pero nunca le gustaron los cambios ni la soledad. Sabía que un cambio podría llevarla a triunfar, a estar en lo más alto, a crecer como persona. Pero también podría llevarla a perderlo todo y a que todos sus miedos se hagan realidad. Y esos miedos eran los que no le permitían moverse de su zona de confort, porque si hablaba con su familia por lo que le molestaba, corría el riesgo de que las cosas empeoren, porque si dejaba de estudiar podrían tratarla de inútil o de haber desperdiciado dos años de su vida, porque si le decía a su chico que no todo iba tan bien como parecía, él la podía dejar. 
Lo que no se daba cuenta era que si hablaba con su familia, con su novio, se cambiaba de carrera y empezaba a disfrutar más de los que están o llorar menos a los que ya no están, iba a lograr cortar de raíz esas noches vacías y de sufrimiento. 
Si bien todo lo anterior lo pensó, prefirió seguir como estaba y desvelarse esa noche, sufriendo en silencio y pasándola mal. Sabía que iba a ser una noche más, de muchas que ya habían pasado. De todas formas daba por hecho que cuando fuera de día y encontrara distracciones se olvidaría de todo. Lo que no tenía en cuenta que después del sol vuelve la luna, y con la luna la oscuridad y el silencio, entonces ahí volvería el dolor. Ese dolor que no sanaría hasta que lograra resolver uno por uno sus problemas.