martes, 18 de diciembre de 2018

Hacia la libertad


Cansada.
Harta.
Podrida.
Basta de mandatos sociales.
Basta de roscas.
Basta de prejuicios.
Basta de estereotipos.
El mundo no está cagado, queda esperanza.
Te hicieron creer que para progresar hay que laburar, como si todo un sistema no te impidiera crecer porque necesita pobres.
Te enseñaron a no dudar.
Te enseñaron a ser sumisa por ser mujer.
Te enseñaron a ser “macho” por ser hombre.
Te enseñaron a no dudar de tu sexualidad.
Te enseñaron a sentir culpa por conocer tu cuerpo.
Te impusieron cánones de belleza
Te alienaron.
Te corrompieron.
¡Basta!
Animémonos.
Saquémonos la venda de los ojos.
Veamos lo real.
Lo necesario.
Lo cierto.
Veamos a los otros.
Empaticemos.
Pongámonos firmes, que es la única manera de salir adelante.
No es con trabajo.
No es vendiendo tu mano de obra para la explotación.
No.
No.
No.
Es luchando.
Es juntos.
Es ahora.
Es tu momento.
Dale, vamos juntos hacia la libertad.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Tuve suerte

En la primaria, en el recreo adentro del aula, Dieguito me tocó el culo por abajo de la pollera. Ni la pensé, agarré el borrador y se lo tiré. Él lo esquivó, pero el borrador ese iba con tanta fuerza que pegó en el canto de un pupitre y le dio a un ventanal enorme que, con el impacto seco, estalló por completo. Mirna, la directora, llamó a mi vieja. Le dio una charla de "no puede ser, su hija es violenta" y me mandó a mi casa como castigo. Dieguito se quedó en clase y yo tuve suerte de que no me echaran.
En la secundaria, a Dieguito le pareció buena idea agarrarme del culo con las dos manos por abajo de la pollera. Otra vez, ni la pensé. Giré la parte superior de mi cuerpo con envión y le dí un gancho en la pera que lo dejó sentado de culo contra la puerta del aula. El Departamento de Conducta se lavó las manos, los preceptores me llevaron con Rapari el director, que también se lavó las manos. Y la causa ascendió a Molina, el rector, que llamó a mi vieja. Mi vieja no lo dejó hablar. Como estaba avergonzada por el bife monumental que le metí a mi compañero, muy angustiada le repitió el discurso pelotudo que le dio la directora de la primaria. De la violencia y toda esa porquería protocolar que me hacía quedar como una violenta. Se disculpó. El tipo la frenó y le dijo "Señora, ¿de qué me habla? ¡Su hija actuó perfecto! Si a mi hija le hubiera pasado, me encantaría que reaccione así. ¡Acá la equivocación es del otro! Y nosotros como institución". Yo me quedé. Dieguito estuvo suspendido varios días. Tuve suerte. Gracias a que después de pasearme por todo el colegio mientras Diego estaba en el aula cursando, terminé con Molina.
A los ocho años aproximadamente mi mamá me mandó a hacer los mandados al almacén de la otra cuadra (antes los pibes no teníamos PlayStation, salíamos mucho a la calle). Era verano. Me acuerdo porque tenía un shortcito que mi madrina Gloria me había traído del negocio de ropa de Munro en el que laburaba. Volvía con todo en la mano y un tipo de rulos, de unos veinti o treinta y pico con pelo largo, me frenó y me mostró la pija. Y se tocaba. Ocho años tenía yo, repito. Y me acuerdo patente lo que pensé cuando me preguntó "¿Te gusta mi pitito? ¿Querés jugar con mi pitito?" y yo muda y dura, porque nunca había visto uno. Pensé en decirle que sí. Porque sospechaba que si le decía que no, se iba a enojar y podía pegarme. Salí corriendo. Mi familia horrorizada, mi vieja seguro lloró (eso no me acuerdo, pero siempre lloraba) y lo salieron a buscar. Me hicieron dibujar lo que me había mostrado. Tuve suerte. Porque la puedo contar casi veinte años después y porque no pasó a mayores.
Más o menos a los quince años, iba caminando con mi vieja y mi tía por Estación Rivadavia en Núñez. Y un tipo, que había salido del partido de River, pasó por al lado mío y me agarró una teta. Me apretó la teta. Así, sin más. Mi vieja lo puteaba, mi tía salió a correrlo mientras también lo puteaba. Yo me sentí mal. No caí. Tuve suerte. Porque estaban mi mamá y mi tía.
A los diecisiete, me iba a tomar el tren para ir a gimnasia, a la tarde, y un tipo me empezó a seguir. Me balbuceaba cosas horrendas, le grité y se alejó. Se subió al puente y mientras me miraba y me hacía señas, se hacía la paja. No me sacó la vista de encima. Yo estuve perseguida hasta que llegué a Belgrano. Adentro del tren. Cuando volví a mi casa y mucho tiempo después. Tuve suerte, solamente se masturbó adelante mío y me descalibró psicológicamente durante un tiempo.
Dieciocho años. Volvía del colegio con el uniforme y sentí pasos atrás. Alguien venía corriendo. Pensé que era mi hermano y me hice la que no escuchaba. Sentí una frenada justo atrás mío. Su respiración en la nuca y dos manos que por abajo de la pollera me levantaron del culo en el aire. Me di vuelta. Un flaco, de rulos y ojos claros con cara de enfermo. Salí corriendo. Tuve suerte. Era la época del violador de Núñez y yo estaba a media cuadra de mi casa. Bloqueada, pero entré a mi casa. En estado de shock, pero entré.
Seis situaciones, entre las incontables que tengo. Y guarangadas que me fumé por la calle, en laburos y tocadas de culo en transporte público, ya perdí la cuenta.
Como verán, según creé la mayoría, tuve suerte. Ahora... yo les pregunto, ¿tuve suerte?

domingo, 2 de diciembre de 2018

No es negocio

No te podés hacer cargo de todo. 
Lo de los demás es de ellos y eso está bien. 
No podés con tu vida, no quieras poder con la de los demás. 
Somos todos grandes, todos sabemos lo que está bien y lo que no. Y está bueno que tengamos la libertad de elegir vivir como queramos.
Basta.
Tu cuerpo ya no lo soporta.
Tu alma te pide un respiro.
Tu cabeza quiere dejar de funcionar por un rato.
Pará.
Mirate.
Priorizate.
Respirá fuerte.
Seguí, pero sabiendo que pase lo que pase no todo recae sobre vos... ¿Por qué te crees el centro del mundo?
No sos la mujer maravilla.
No es negocio.
No es negocio lastimarte por el afán de resolver todo todo el tiempo.