jueves, 29 de enero de 2015

La casa de mi abuela

Siempre amé la casa de mi abuela. Fue, probablemente, el único lugar que no cambió de lugar durante todos los años de mi infancia.
Ya de adolescente grandota seguía tomándome el tren hasta Avellaneda para estar ahí, en la casa de mi abuela, aunque ella no estuviera, aunque estuviera trabajando en la oficina (mi abuela trabajó hasta los ochenta años en su oficina, hasta unos pocos meses antes de morir)...Eso también lo recuerdo. 
Hace un rato fui a guardar unas galletitas en la lata y vi la cantidad de paquetes de diferentes variedades y colores y tamaños y sabores y me acordé de esto que les cuento. 
En la casa de mi abuela había siempre muchas galletitas diferentes: bay biscuits, bocas de dama (mis preferidas para mojar en el té con leche), express, y otras que hacía ella, que bañaban la casa de un olor a limón que te enamoraba. Bueno, quizás no eran tantas, pero para mí eran una fiesta. Había postres Sandy, dulce de leche, queso untable, preferentemente Adler y jamón. Yo siempre fui una gran amante de la comida, siempre me hicieron muy feliz los sabores. Y la casa de mi abuela estaba llena de comida...y de mi abuela. Pero ahora en mi casa, ahora que soy yo la que hace las compras, hay queso Adler en la heladera y hay jamón y dulce de leche y galletitas saladas y dulces y postrecitos (el Sandy ya no existe, creo). Reparé recién ahora. Y recordé cuánto la extraño, cuánto extrañamos la infancia y cuán torpemente intentamos esas pequeñas reparaciones de galletitas dulces en una lata.


@Incredulas - 29/01/15

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