lunes, 4 de mayo de 2015

Colectivos

En el instante mismo que subimos al colectivo, nos sumergimos en una suerte de cápsula para una introversión infinita. 
En el bondi es donde nace el pensamiento, y seguramente donde surgen las mayores historias de amor que nunca son descubiertas por sus actores principales, o acaso...¿quién nunca se enamoró en el colectivo? Es ese momento maravilloso donde cruzás miradas con alguien, se gustan, lo sienten los dos, y cuando uno de los protagonistas se bajó en su parada correspondiente, se disipa el amor y queda en el olvido hasta dentro de un par de horas donde se le comenta a amigos o compañeros cercanos la bella persona que conociste ese día.
Esperar el colectivo, que uno no te pare, aguantar a que venga otro, el subirse, pagar, tener miedo de que la Sube esté en negativo, pispear rápidamente si hay asiento, y en el momento mismo de sentarse descansando la cabeza sobre una huella de transpiración grasienta en forma de aureola sobre la ventanilla, es el momento en donde uno se da cuenta que empezó a levitar...¡Qué molesto ese momento donde apoyás tu cabeza en la ventanilla, queriendo dormitar o cerrar los ojos un rato en busca de despejarte, y empieza a vibrar por el movimiento del colectivo! Vaya molestia...
Pero no hay que confundirse, no hay que dejarse seducir, y menos hay que dejar de recordar que estas máquinas celestiales son conducidas por los más feroces y más adiestrados demonios de infiernos subalternos. No se dejen confundir, no son "demostraciones de amistad" que te deje pasar gratis cuando tenés una remerita un poco escotada porque hace calor, y no por querer demostrar nada. Ingenuidad, no hay tal cosa. Algunos dicen que en esas situaciones, comparables con saludos humanos, son en realidad, intercambio de paradas del infierno. Otros, con menos suerte, escucharon el verdadero idioma de los colectiveros y vieron su verdadera forma, nunca volvieron a ser los mismos y dicen que tienen piel de camisa celeste...
Después de atravesar el incómodo momento de decidirte por un asiento, comprobás que no hay lugar. Empujás sin querer, pedís quinientas disculpas por los golpes que provocó tu mochila o bolso al pasar, y por fin llegás al fondo. Te ubicás, agarrada de ese caño largo, generalmente amarillo o despintado, que muchas veces está caliente producto de otra mano pasajera que anduvo por ahí, y deseás que la persona que está sentada, se baje de una vez. En este momento de intriga, ocurren dos cosas: una buena y una mala. Lo positivo es cuando se baja en dos paradas y lográs tu lugar cómodo. Lo malo es cuando comprobás que no se baja más, que se va durmiendo, se ubica...Por lo tanto, decidís cambiar de sitio y dirigirte a algún recóndito lugar donde el pasajero tenga cara de que está por llegar a destino. Cuando cambiaste de posición, comprobás que la persona que estaba sentada antes, se acaba de bajar y vos como una energúmena, te fuiste de su lado y ahora se sentó otro ser del demonio.
Los verdaderos profesionales del colectivo son aquellos que se dormitan plácidamente como si no hubiera un mañana, y se despiertan justo dos paradas antes de bajarse. Eso es calidad. Luego están también los que, en un colectivo semi vacío, eligen quedarse parados, y en vez de ubicarse al lado de un asiento o en la parte de discapacidad, en un costado, ¡no! Se paran en la puerta, y cada vez que alguien quiere descender tiene que preguntarle: "¿bajás en esta parada?"...¡¿Acaso no se dan cuenta lo mucho que joden estando ubicados ahí?! Uf...
De todas formas, disfrutemos el placer de viajar en colectivo, observando por la ventana, conociendo gente nueva que posiblemente no veremos nunca más en nuestras vidas, y que todos padecemos, pensamos y actuamos similarmente en el colectivo.


@Incredulas - 04/05/15

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