sábado, 2 de mayo de 2015

Código de barras

¿Sabés quizá dónde radique la falta? En pensar tu identidad como un código de barras, como si necesariamente haya que respetar un patrón establecido de comportamiento y de ideas (sobre todo de ideas) y tengas que ordenarlos uno a lado del otro, respetando el orden de la horizontalidad ajena. El código necesita de por sí un artefacto que lo identifique, que le de validez, que haga sonar el ¡pip! del reconocimiento. Pero sólo se reduce a eso: validación. ¿Y qué pasa con los que prefieren descifrar el código? ¿Dónde acomodamos a los que necesitan más tiempo que el que necesita el rayo láser para llegar a destino? Pensarse y construirse como si fuéramos un código es una tarea de lo más riesgosa, auto destructiva. Es como si a los nazis se les hubiera ido de las manos el nacionalsocialismo y todas las naciones se hubieran sentido identificadas con ese sistema. ¿Qué otra cosa habría que eliminar? ¿Quién se encarga de ser el antagónico? ¿Entendés que es necesario? ¿Entendés que es necesario tener que pasarla como el orto a veces para saber quién carajo sos? ¿Entendés que tiene que haber una contraposición, indefectiblemente? Alejarse de la zona de confort, ponerse a prueba, ponernos incómodos para activar nuestros instintos, reconocer viejos errores, resignificar valores individuales construidos en conjunto con la sociedad y seguir viviendo armónicamente, en sintonía con la percusión de varios corazones latiendo todos a la par, en el mismo lugar y en las mismas circunstancias. 
No olvidarse de lo importante que es que haya personas que decidan compartir su preciado tiempo con nosotros. Que te elijan. Que te vuelvan a elegir. Que no dudan cuando te ven a los ojos. Al contrario, prefieren preguntarte por qué no tenés la misma mirada como cuando los miraste aquella vez en la que...Mejor dejémoslo ahí.
La autocrítica es una hija de mil puta, pero es un mal tan necesario que hasta ha llegado a salvar vidas. A vos te digo, estimada lectora, o lector, quizá. Si en algún momento me brindaste tu tiempo que no vuelve, si alguna vez sacrificaste por mí una visita a la casa de tu tía Porota, si te interrumpí un partido en el FIFA, si me elegiste a mí antes que el sexo casual, si optaste por encomendarme tu libertad y me regalaste una ínfima porción de tu preciado tiempo y encima la pasamos bien, y te sentiste vivo, y te abracé, y te dije que te quería y te cebé un mate o te pasé la birra que, en términos gestuales, es decir casi lo mismo: Gracias. Gracias por venir, gracias totales. Muchísimas pero muchísimas gracias.
Mientras vos te automutilás, a mí me encierran en una jaula. En esas noches vacías en las que tu punto G es estimulado por las manos frías de la banalidad, a mí me quieren violar por la nariz. Mea culpa, todavía no controlo las injusticias todas. Y creo que nunca lo haré, esa es una idea con la que debería familiarizarme. 
Evadirse es negar la introspección. Negar la introspección puede tildarte como cobarde. Ser un cobarde es pisotear la fuerza de tu ternura, y pisotear la fuerza de tu propia ternura es como punguear al posible amor de tu vida.


@Incredulas - 02/05/15

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