martes, 21 de mayo de 2013

Un pasaje de vuelta

Todos estuvimos en ese lugar en donde las cosas eran mucho más hermosas. 
Nunca el mundo fue un lugar tan grande, tan imponente, lleno de sorpresas y lugares que conocer. 
Nada nos sorprendía tanto como viajar en el auto de tu viejo y ver otro barrio o transitar otras calles. 
Cada metro cuadrado que formaba tu casa era una historia nueva a la que la propia imaginación te invitaba a formar parte. 
Las personas que te rodeaban parecían no tener defectos. No ocultaban cosas, no tenían actitudes deplorables, no te hacían sufrir salvo cuando el juego inventado no salía como vos lo habías planeado. 
No teníamos miedo a mostrarnos tal cual somos ni a poner trabas a la espontaneidad, porque la opinión del otro no tenía mucha importancia. ¿El "qué dirán"? ¿Qué es eso? ¿Con qué se come?.
La gente adulta no esperaba a que te comportaras de acuerdo a la moral o a la ética. Tal vez a la moral sí...No compartir lo que yo tenía, en mi casa en particular, era motivo de castigo. Pero de todas maneras esos errores eran aceptables, siempre que aprendieras después.
¿No te sentías protegido? Nada malo podía pasarte, nunca. Había algo que te rodeaba que impedía que fueras infeliz. Porque la vida siempre te golpea, desde el momento en que salís del útero y se activa tu sistema respiratorio. Dicen que es un dolor terrible, pero gracias al cerebro, los seres humanos tenemos la capacidad de olvidar. De todas maneras, la infelicidad era totalmente ajena a vos. Las cosas que hacías no necesitaban un justificativo, no todo tenía un por qué, lo hacías y listo. Sencillo.
Sabíamos encontrarle lo hermoso a esos pequeñísimos momentos cotidianos. La leche chocolatada tibia a la mañana y tu vieja sirviéndotela con una sonrisa y una caricia en el pelo, el ímpetu de Tom y el ingenio de Jerry para salir airoso de las trampas del gato, resbalar en la lona enjabonada mientras tu papá lavaba la pelopincho para llenarla otra vez, o la compañía de un amigo...Sí, todos eran amigos. Ninguno estaba tan corrompido como ahora. Ellos no tenían la necesidad de reflexionar en abrirse o no con vos, porque nadie los había desilusionado ni les había fallado. Ni ellos ni vos mismo ibas a darle tantas vueltas al asunto, porque después de todo, nadie actuaba por interés ni por falta de escrúpulos, por comodidad o por locura temporal. 
Todos éramos sinceros, por más vueltas y complicaciones que tuviera la condición humana. Todo nos sorprendía, todo era nuevo y nos maravillábamos por descubrirlo...¿Dónde quedó todo eso?. 


@Incredulas - 21/05/13

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