viernes, 16 de octubre de 2015

Pibita y mujer

Una vez más, el desvelo sacó pasaje directo al pensamiento y me obligó a hacer un balance en lo que a mí respecta, y me dejó sorprendida, otra vez, de lo mucho que pueden cambiar tantas cosas en tan poco tiempo.
Si miro un año atrás, o quizás un poco más, encuentro una parte mía que es muy mía, y otra que hoy desconozco. Si miro un año atrás, no soy la misma que soy hoy. No soy la misma que hace seis meses ni que hace un mes. De hecho, no me siento la misma que hace una semana. Pero sí, soy la misma. Y eso es lo más valioso, creo.
Alguna vez me sugirieron pensar nuestra existencia no como una esencia, sino como mutaciones. Y me parece una filosofía interesante y acertada porque creo que de eso se trata la vida: somos siempre los mismos, pero inevitablemente, a la vez vamos mutando y cambiando.
Mis pensamientos, mis deseos y mis objetivos no son exactamente los mismos que hace un año atrás, mucho menos que hace dos o tres años. Y eso tiene que ver con las etapas, las vivencias, el proceso de maduración, pero, creo yo, que ante todo es una cuestión de actitud y de elecciones, de vivir y hacernos cargo de lo que vivimos.
Si miro atrás, puedo ver, quizás, un pasado plagado de blancos y negros, y grises, sobre todo grises, sobre todo indecisión, con algunos tonos queriendo aparecer con el sol. Si veo atrás, veo una pibita llena de sueños y de ilusiones, de proyectos en la cabeza que nunca terminan de llevarse a cabo por los miedos que siempre se imponen con más fuerza, miedos que ni siquiera sabe que existen porque los esconde hasta de ella misma. Veo broncas y enojos, frustraciones y palabras atragantadas. Veo desilusión y expectativas tiradas al tacho. Veo una careta de superación, una careta de una fuerza que claramente existe, pero llena de debilidades sin aceptar, tapadas por las alegrías.
Si veo atrás, pero un poco más adelante, veo cómo esos miedos pisan fuerte y se hacen notar, obligando a tomar consciencia de ellos. Veo cómo un montón de pensamientos nuevos aparecen y necesitan ser plasmados, pero veo el miedo a mostrarlos. La cachetada del destino, si es que existe, obliga a hacerse cargo.
Si veo atrás, muy cerca, veo cómo esa misma piba va entendiendo y teniendo muchas cosas más claras. Veo cómo empieza a valorar más esa fuerza y a aceptar las debilidades, y como así se va animando a más, y ya no está perseguida por esa inseguridad. Veo cómo aparecen realidades desconocidas, cómo las prioridades empiezan a ser otras, y cómo encuentra que su corazón está hecho de algo más que de piedras, y ahora sí empieza a creer que de verdad puede lograr lo que quiere, y que tiene mucho para dar.
Si me veo hoy al espejo, veo a esa pibita convertida en una mujer, veo cómo esas ilusiones de alguna manera se hicieron tangibles. Veo cómo mis objetivos cambiaron totalmente y encuentro seguridad: ¿para qué tantos grises si hay tantos colores infinitos por pintar? Veo una sonrisa que estuvo siempre, que nunca se borró ni se va a borrar, porque pude comprender que la risa cura, y que cuanto más felices somos, más nos liberamos de las cadenas, y por eso hay que salvar la alegría siempre, en cualquier circunstancia, y hasta en el infierno más oscuro. Veo cómo los enojos y las broncas que tensionaban y que a veces siguen, se fueron transformando en hechos más sanos, y esos miedos aparecen frustrados porque saben que van a ser vencidos. Veo proyectos que se cumplieron, otros que no, y otros que van a nacer. Veo que solamente creyendo en nuestra fortaleza y encontrándonos a nosotros mismos podemos lograr llegar a otros. Veo el valor y la magia inconmensurable que tiene un simple abrazo. Veo certezas que van a seguir, y sonrío por tener una muy en claro: esa pibita estaría orgullosa de esta mujer.


@Incredulas - 16/10/15

No hay comentarios:

Publicar un comentario