viernes, 24 de julio de 2015

Desde dónde mirar

Sé que el hecho de cargar en mi mente y en mi alma unos ideales un tanto utópicos me lleva a ir caminando bastante seguido por la cornisa, siempre a punto de caer. Por eso, a veces, el temor se instala: ya plantó nido en mi cabeza. Pero no me preocupa, sino que aprendí a disfrutarlo: ese temor es mi motor, la droga que exalta mis sentidos y me obliga a superar mis límites llevándome a rumbos desconocidos. Encuentro nuevos caminos, y mi realidad de hoy no se asemeja a la de ayer.
Cuando encontré esta realidad, los esquemas se quebraron. Me vi parada en un mundo de injusticias, de bronca, de dolor, y de desigualdades que no nos dejan mirarnos a los ojos. Despotriqué contra eso, escupí mis verdades, me vi ajena a ese mundo y no pensé que sería posible transformarlo (o tal vez sí, pero no encontraba las herramientas) porque el entorno me señalaba ese deseo como un imposible y me invitaba a la costumbre y a la conformidad, a salvar mi pellejo y nada más. Pero no quise, no quiero, y nunca voy a querer. 
Y mirá lo increíble que es el bocho que, de alguna forma, inconscientemente, fue poniendo en el camino, justo por donde elegía caminar, a las personas y oportunidades que necesitaba, en el momento exacto, para encontrar las herramientas y empezar a cambiar. Me nutrí de sus consejos, de sus historias, y fueron mis motores, mi punto de arranque. Y otro mundo se hizo posible: elegí dejar de poner tanto el foco en lo negativo, y regocijarme en lo positivo, porque era la única forma de cambiar eso que no me gustaba, y caminar hacia lo que quería para mí. Choqué con vivencias totalmente diferentes. Encontré la grandeza en cosas que a simple vista parecían insignificantes. Entendí que el odio y la bronca los tenía que transformar en hechos más sanos, porque el deseo y las palabras no sirven de nada si no acompañan los hechos. Pude poner en práctica esa idea de revolución de amor que vagaba por mi cabeza, y empecé a identificarme con ella. Supe que la indignación y las lágrimas provocadas por la injusticia no las iba a poder evitar (al menos no en este mundo donde el criterio de "justicia" no está bien definido y es desconocido), pero cuando el dolor quiere plantarse y la risa se escapa, hay que salir a buscarla, porque es más fuerte que todo. Y si la injusticia no tiene límites, entonces yo tampoco voy a tenerlos
Supe que iba a llenarme de dudas y contradicciones, todo el tiempo, que mil veces me iba a ir, y mil más iba a volver. Entendí que tener convicciones es tan importante como dudar.
Y de repente el entorno fue cambiando y ampliando mi visión, y la realidad hoy ya no es algo tan malo. Entendí que el destino no es más que lo que nosotros queremos para nuestra vida, y que lo que vivimos es el camino que nos lleva hasta el trono, pero yo no me quiero quedar sentada en él. Porque a esta vida que amo y armo, la quiero vivir sin que me la cuenten, arriesgándome al error, porque es la única forma de ganar. Y esta vida llena de altibajos es el resultado de mi libertad, porque yo elijo vivir en esta montaña rusa de emociones, al borde del abismo, porque a veces necesito mirar desde arriba todo lo que voy logrando, para aferrarme a esa virtud cuando estoy en el fondo y no sé para dónde correr. Elijo mirar desde el costado, desde el medio, desde afuera y desde adentro. No perder la energía en palabras ajenas que buscan derrumbar, sino entenderlas como obstáculos y aprendizajes para afirmar mis creencias. Porque sé que me enfrento a la posibilidad de que estas ideas no cambien al mundo y pasen entre el montón, pero, aunque no triunfen, ellas sobreviven, no se matan, y quizás planten nidos en otras cabezas y transformen sus realidades, así como mejoraron la mía, cambiaron mi mundo, mis prioridades y mis reglas. Y sé que cambiar mi mundo es la forma de empezar a cambiar el mundo, aunque sea un poquito.


@Incredulas - 24/07/15

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