lunes, 10 de agosto de 2015

Tren reflexivo

El mismo tren no pasa dos veces en la vida...Y las oportunidades tampoco.
La otra vez volvía del centro y subí al tren en Retiro. Tuve la buena fortuna de encontrar aún asientos disponibles, así que pude elegir. Me senté en esos que se disponen de a cuatro, enfrentados en pares, del lado de la ventanilla. Miré el andén a través del vidrio, me acomodé y saqué uno de mis libros. Me compenetré en mi lectura, esperando que arranque el transporte, pero en determinado momento, la voz de quien viajaba al lado mío me desconcentró, así que levanté la mirada. "Uh, disculpá", le dijo el muchacho a quien tenía enfrente. La chica, comiendo un pancho, le respondió de manera rápida y concisa: "Todo bien, no te preocupes". Imposible no notar que estaba fastidiosa. Fue cuestión de segundos lo que tardó en largar otra oración: "El problema es que tengo un dolor terrible en los pies y hoy parece que todo se da para que me los estén pisando". La joven se quedó pensativa, se indignó con ella misma. Jamás lo miró al flaco a los ojos. Unos segundos más e insistió: "Igual no son los pies, soy yo, es mi día. Hoy no tuve más que mala suerte. Vengo teniendo mucha mala suerte, una más, una menos, ya está...¿Qué se le va a hacer?". Se la notaba derrotada. Sonrió obligada, mordió el pancho, se limpió con la servilleta, terminó con lo que le quedaba de pan de un bocado y agarró el celular para no volver a soltarlo por el resto del viaje. La pantalla de ese aparato parecía abducir su cerebro. Eso hizo que no pudiera ver que yo la estaba mirando a punto de hablar. No me dio ni un segundo para poder preguntarle qué le pasaba o por qué pensaba que su vida era tan miserable ni absolutamente nada. El tren arrancó. Mientras toda esa secuencia transcurría, el tipo frente a ella, el que la golpeó sin querer, el de al lado mío, abrió y cerró un libro aproximadamente cinco veces, alternando cada una de ellas con mensajes de voz de WhatsApp a una chica, una tal Flor. La invitó a cenar primero, después le dijo que en lugar de las nueve de la noche pase a las diez. En otro audio le pidió Coca-Cola o algún jugo porque se acordó que en su casa no había, después le avisó que Gustavo seguro había llegado, y así. Nunca leyó el libro, tampoco nunca miró a la de los pies doloridos a los ojos ni le preguntó nada. Creo que ni siquiera la oyó. Sacó los auriculares del bolsillo chiquito de su bolso, los desenredó y se puso a escuchar música muy fuerte hasta que se bajó, tres estaciones antes de Boulogne.
Pasé una hoja de mi libro con el dedo índice, los miré a los dos de reojo, actuaban como si nunca hubiera pasado algo allí. Me sentí confundida, así que giré la vista hacia el pibe sentado enfrente mío, el de al lado de la poco afortunada de anteojos y en diagonal al WhatsAppero compulsivo, buscando algo de complicidad. Fue en vano, sólo le prestaba atención a lo que parecía un comic de animé que venía leyendo incluso antes de que yo suba al vagón. Una estación antes de Boulogne se bajó, dos estaciones antes guardó la revista adentro de un sobre de nylon transparente y la metió en su mochila. Antes de eso, ni siquiera corrió la vista de su historieta monocromática.
A ver si leí bien el contexto...Tengan en cuenta que soy una mina que creé fehacientemente que las casualidades no existen, que cada cosa que pasa nos indica algo y que todo pasa por alguna razón. Un tipo golpea sin querer en los pies a una chica que tiene enfrente. Esta chica le hace saber que él justo le pegó en la parte que le venía doliendo de hace un tiempo. No puede con su genio o su angustia, entonces dice, como quien no quiere la cosa, que su vida viene siendo una mierda, que todo es mala suerte y manifiesta su dolor físico. El que la golpeó no la oyó, ninguno de los dos se miró o se prestó atención siquiera. La mina le daba charla a lo que parecía ser un charlatán compulsivo (por la cantidad de cosas que decía por WhatsApp, en lugar de escribirlas) pero este flaco prefirió hablar con otra persona en otra parte del conurbano y no con alguien que tenía a menos de medio metro. Una persona necesita hablar y el otro ser escuchado. Cuando yo quise entablar una conversación con una chica que es evidente que tiene una necesidad de expresarse y ser escuchada, ella agarra el celular y la pantalla de ese aparato la chupa para siempre, no dándose cuenta que yo podía darle lo que su lenguaje corporal pedía a gritos: un oído. Un cuarto en discordia, completamente intrascendente, que jamás vio lo que estaba pasando, ni a mí, ni al tipo de al lado mío ni a la mina. O sea que la gente, como la vida real, supongo, le pasa por al lado sin que siquiera se de cuenta.
Los cuatro nos perdimos una oportunidad: de dar, de recibir, de contribuir, de ser solidarios con el otro, de aceptar ayuda de un completo desconocido y de alegrarle el día a un ser humano. "Tengo mala suerte", dijo...¿Y si la suerte le pasa por al lado todo el tiempo y ella no la ve por perderse en la pantalla de su Samsung Galaxy? Y me la juego que muchos de nosotros hacemos lo mismo siempre, mirar sin ver. Muchos me preguntan: "¿cómo puede ser que te pasen esas cosas que sólo a vos te pasan?" sin darse cuenta que a todos nos pasa lo mismo, que solamente hay que prestar un poco más de atención. Esa noche los cuatro podríamos haber llegado a casa teniendo algo muy copado para contar, con una sonrisa, con una tranquilidad, con una anécdota...Yo, sin embargo, me vine con una reflexión: nos estamos perdiendo la magia de la vida y no nos estamos dando cuenta.


@Incredulas - 10/08/15

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