- ¿No me darías tu número?.- me dijo.
- No, no.- le respondí y me morí de risa, pero igual la verdad es que seguía un poco impresionada.
Crucé y continué mi camino. Sola. A dos cuadras de llegar a mi casa escuché pasos apurados atrás mío. Alguien venía corriendo. Antes de que pudiera mirar quién era, sentí una mano en el hombro. Grité como una histérica. El tipo gritó por mi grito. Los dos gritamos. Se puso nervioso e intentó calmarme.
- Pará, pará, pará, ¡no te asustes! No te voy a hacer nada. ¡Me asustaste! ¡¡Qué grito!! Respirá profundo.- me decía mientras hacía la mímica para que yo lo imite. ¡¡Otra vez el pibe del bondi!!.- Perdoname, no quise asustarte. Tomá, para que te sientas mejor, te traje esto.- y me dio dos Bon o Bon que me había comprado en el kiosco de la avenida después de mi negativa a su petitorio. Corrió, según dijo, para alcanzarme y poder dármelos.
Me emocionó, así que le pregunté su nombre, le dije el mío y le di un beso en el cachete, se alegró y me sonrió.
- Muchas gracias, qué gesto tan lindo. Sos un fenómeno, pibe.- y después seguí mi camino.
Una boludez así me hizo replantearme tres millones de cosas. Sigo reforzando la idea de que uno tiene que tratar al otro como a uno le gustaría que lo traten. Sonreír es gratis, agradecer es gratis. Uno, sin darse cuenta, da lo que recibe y recibe lo que da. Es recíproco e infalible.
@Incredulas - 29/08/15
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