Un día conocí una realidad muy distinta a la que vivo todos los días y me prometí que nunca más me iba a ser indiferente. Me prometí que para el futuro quiero entregar mi presente para dejar a los que vienen una realidad distinta.
Sin embargo, en estos últimos tiempos me sentía en pausa. Sentía que mis palabras decían mucho más que mis acciones y no encontraba la motivación que siempre me acompañó, no me podía activar. Lamentablemente, tuve que chocarme con un hecho desafortunado para encender el motor de nuevo y empezar a volcar mis palabras en actos. Porque mientras yo me preguntaba si realmente aportaba, si realmente una presencia hacía la diferencia, me olvidaba que alguna vez la hice, me olvidaba que hacerla no implicaba un hecho de gran dimensión, sino algo tan simple como mirar al otro a los ojos y ponerme en su piel, conseguir regalarme su sonrisa. Y de ahí, mucho más.
Porque somos todos, en parte, culpables de estos hechos. O al menos responsables. Porque cuando hay un Estado que brilla por su ausencia es cuando tenemos que ser nosotros los motores de cambio, los que griten el presente. Y lamentablemente el Estado casi nunca aparece, y el tiempo se va consumiendo.
Ya no podemos seguir aceptando la injusticia, la muerte, la pobreza, la violencia como algo natural. Hay derechos declarados que no se cumplen y una injusticia que crece cada vez más. Pero logremos que crezca de la mano con lo bueno, y que un día la balanza se incline para el lado de lo justo. El cambio está acá, en mis manos, en las tuyas. Y ya no puede esperar más.
"Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable".
@Incredulas - 27/11/15
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