sábado, 28 de noviembre de 2015

Las madrugadas

A veces nos apagamos tanto que nada nos puede encender. Tocamos tanto el fondo que no llegan las manos a estirarse, o no podemos verlas, porque el orgullo camuflado en la oscuridad las nubló. Y nos cegamos, nos encerramos, lloramos solos, gritamos en silencio, nos enterramos en el dolor y escribimos en plural, para intentar sentirnos un poco más ajenos de él, para no admitirlo tanto, porque el orgullo sigue doliendo, aunque ya no haya nada que perder.
Alguna vez vi una reflexión que decía algo así como que las madrugadas nos acercan un poco más a la verdad. Y es verdad, vaya uno a saber por qué.
Esperaba esta vuelta. Porque cuando te enterrás tanto en tu propia aflicción y en ese sentimiento absurdo de soledad, te olvidás que hay una vuelta. O en el fondo lo sabés, pero ya llegaste al punto de quedarte en la nada, casi en la resignación, esperando que las cosas pasen solas mientras te quedás en el molde esperando. Y no es así. En ese momento, solamente necesitás aferrarte a algo que te haga creer en que vale la pena volver. Y yo, por suerte, logré encontrarlo, y por eso, extraño ser, te digo gracias por encenderme, aunque sea por un rato, y te lo digo así en singular y en primera persona, para volver un poco al eje y para dejar de estar ausente. Era todo lo que necesitaba: volver a creer. 
No sé cuál será el misterio (o magia) de las madrugadas, pero cada vez lo afirmo más. 


@Incredulas - 28/11/15

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