El panadero

Es tan fácil pensar la vida sentada en el banco del candoroso parque del barrio y tan difícil manejar las ganas de hacer algo, y a la vez no sé que és. El típico: "no sé lo que quiero, pero lo quiero ya".
A veces me gustaría ser como aquel perro que se revuelca por el pasto sin ninguna preocupación, porque preocupaciones los perros no tienen. Es que claro, en realidad lo que deberíamos hacer es seguir con lo que venimos planificando, respetar la agenda y que el resto se vaya al carajo. Pero no. Es casi como declarar una guerra. Los acartonados hombres de traje planean estrategias y mueven las fichitas sentados en la gran mesa redonda pero los que tienen que poner el cuerpo y lidiar con la masacre son los soldados que corren a campo travieso agradeciéndole a Dios cada segundo demás que tienen de vida. Y nosotros, que somos hombres de traje y soldados a la vez, padecemos las cosas.
Me encantaría saberme de memoria todos aquellos pasos que sigo cuando logro alcanzar un estado de plenitud media, en donde los músculos que supuestamente tengo contracturados se relajan a la par mía, la luz del sol no me molesta en lo más mínimo y me agarra un ataque de amor a la vida y al ser humano pocas veces vista. Sin embargo, retrocedo...Todos retrocedemos. 
Igualmente me gusta, me gusta estar viva y no quedarme quieta nunca, y asombrarme por todo, todo el tiempo, porque mientras pienso todo esto, veo a lo lejos un panadero que se dirige hacia mí en línea recta, decidido a encontrarse conmigo. Y, por supuesto, lo agarro. Y lo miro. Y sonrío detrás de mis Ray Ban truchos. Y digo: "No lo puedo creer". Y vuelvo a sonreír con más ganas. Y cierro los ojos y pido el mismo deseo de siempre: "Que él sea feliz y sufra lo menos posible. Que yo sea feliz. Que nosotros seamos felices y que el destino no me aleje de su vida. Y, si lo hace, que tarde el mayor tiempo posible...". Y abro los ojos y soplo el panadero. Y lo veo alejarse en dirección a la casona. Y agarro mi libro y suspiro, en paz.

@Incredulas - 09/08/14