miércoles, 8 de marzo de 2017

Carta a las mujeres de 1911

Otro 8 de marzo más. Y no hay mucho que celebrar. 
Gracias, mujeres de 1911, por reclamar por lo nuestro. Lamentablemente tuvieron que cambiar nuestros destinos sacrificando sus vidas. Gracias por intentar mejorar todo aquello que contribuya a una mayor justicia social. 
Me gustaría contarles algo. Habla la nena que vivió en mí, la adolescente que vive hoy y la adulta que lo hará en el futuro, porque sin dudas el pronóstico no es muy alentador. Me gustaría contarles que a pesar de todo lo positivo que lograron, hay cosas que siguen pasando, que seguimos padeciendo. 
Tenía una amiga. Bianca se llamaba. Los sábados le gustaba bailar, salir, tomar, lo que le gusta a todas las chicas de mi edad, diecisiete. Su madre empezó a dejarla salir de noche a esa edad y se aseguraba de que llegara en las mismas condiciones en las que salía de su casa, sana y salva, gracias al taxista que la familia adoptó de cabecera. El más confiable. Un sábado como cualquiera salió. Cuando volvía en el taxi, se durmió. Nunca la volvimos a ver.
Su madre, con todo el dolor acumulado, no denunció. No cree en la justicia. No luego de que su hija María de veinticinco años recibida en Ciencias de la Educación decidió trabajar en la ciudad que quedaba a cien kilómetros de la suya e hizo dedo para poder llegar sin perder la mitad de su sueldo en un pasaje de colectivo. Lástima que las rutas tienen radares de velocidad y no de perversión. ¿Sabes cuántas otras tuvieron suerte? ¿Por qué derechos tan básicos e innegables parecieran inexistentes?
Mi vieja conserva dos amigas de su infancia. Una es diputada de la Nación y otra arquitecta. ¿Sabés cuántas veces se arrepintieron de no decirle al tintero que cambiara la última letra de sus credenciales? ¿Sabés cuántas veces se arrepintieron de no haber nacido hombres?
Ojalá fuera un hombre. Los hombres no salen con miedo de sus casas. Pueden emborracharse y quedar tirados en una calle y nadie va a hacerle más que quitarle sus pertenencias. No les van a sacar la dignidad. Ni las ganas de vivir. Ni la fe en la humanidad. No se sienten incómodos en su propia ropa, nunca se van a sentir humillados porque un baboso les tocó bocina ni por un enfermo que los apoyó en el bondi. Pero soy mujer. Soy mujer y cada día que salgo de mi casa me pregunto si seré la próxima, si seré otra de las “culpables” de que la violen, de que la maten. Porque las mujeres nos la buscamos.
Pero gracias a ustedes y a muchas luchadoras más, las mujeres vamos a tomar el rol que merecemos. Sé que algún día vamos a ser respetadas por la persona que somos y no por cómo lucimos o lo que hacemos.

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