Siempre elegía a las más lindas, socialmente vistas como "diosas", con experiencia sexual y un interesante prontuario en su haber. Minas hermosas, que aún así eran buenas personas y tiernas. Otras tantas sólo querían sacarse las ganas con él para decir "sí, yo estuve con el más lindo del colegio". Otras llevaban hasta la tumba el secreto de lo que sentían por él.
Una noche, él se encontró con una de las de este último grupo. La cruzó en el boliche. Algo petisa, gordita, sin levante y baja autoestima. Virgen. Pero despertó algo en él de todas formas. Algo que ninguna otra pudo. Ni las más hermosas, ni las más flacas, ni las más rápidas ni las más diosas lo consiguieron, pero ella sí.
Él la miró. Y la volvió a mirar. Y en ese momento dejó de importarle la opinión de sus amigos o lo que dijera el resto. Se enamoró. Y no de lo superficial ni de lo que se ve por fuera. Se enamoró de la inteligencia de ella, de su dulzura, de su bondad. Y hoy en día me alegro que se hayan encontrado en la vida.
Todas las demás enamoradas indignadas viven hablando mal de ellos o intentando que él le sea infiel. Los insultan de frente y los juzgan, la tildan de cornuda porque sí y se ríen de él por "bichero". Pero por detrás, todas envidian a esa gordita petisa que captó el amor de él y les demostró que no necesitaban aparentar nada ni cambiar lo que eran, porque lo más valioso que tenemos es lo que no se ve.
@Incredulas - 13/05/16
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