Hoy se juega por la copa. Por la otra copa. Ilusiones y desilusiones reciclables, pasajeras, rápidas y fáciles de borrar. Respuestas sin preguntas. Rasguños que no dejan cicatrices. Rostros sin nombres, espaldas cada vez más desesperadas por ser acariciadas y por esos ribetes de dedo en subida y bajada que tanto nos gustan pero nunca llegan. Ni van a llegar tampoco. No más cosquillas, ni carcajadas envueltas en ternuras. Intimidades sin intimidad ni cafés por la mañana. Ausencia de profundidad en las palabras. No más complicidad en miradas demasiado ocupadas en evadir cruzarse por más de dos segundos. Ojos que no ven más allá de la piel. Bocas que besan por inercia y no emiten una sola palabra sin haberlo pensado dos veces. Dos mil veces. Cuerpos solitarios sonando desafinados al unísono por no querer disponer del tiempo y el trabajo necesarios para llegar a una sinfonía armoniosa. Sobrante de miedos sin sentido y dolores pasados que justifican un presente lleno de vacíos. Deudas de platos rotos que nunca terminan de pagarse. Partenaires de los que poco se sabe, de los que nada se aprende.
Hoy es más fácil ponerla que conseguir una caricia dulce en la mejilla o una mano que acompañe, suave, el largo del cabello. Adiós a esos silencios que decían todo. Olor a garche para ventilar, revoloteo de hormonas que se calman con cualquiera de manera indistinta y la efímera presencia conceptual del amor ausente en su propio terreno de juego. Lo “bueno” del avance social, es que nos transformó en –entre otras cosas- seres humanos con la extraña particularidad de volver posible el hecho de hacer el amor, sin el amor.
@Incredulas - 11/07/16
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