En
la primaria, en el recreo adentro del aula, Dieguito me tocó el culo por
abajo de la pollera. Ni la pensé, agarré el borrador y se lo tiré. Él lo
esquivó, pero el borrador ese iba con tanta fuerza que pegó en el canto
de un pupitre y le dio a un ventanal enorme que, con el impacto seco,
estalló por completo. Mirna, la directora, llamó a mi vieja. Le dio una
charla de "no puede ser, su hija es violenta" y me mandó a mi casa como
castigo. Dieguito se quedó en clase y yo tuve suerte de que no me echaran.
En la secundaria, a Dieguito le pareció buena idea agarrarme del culo con
las dos manos por abajo de la pollera. Otra vez, ni la pensé. Giré la
parte superior de mi cuerpo con envión y le dí un gancho en la pera que
lo dejó sentado de culo contra la puerta del aula. El Departamento de Conducta
se lavó las manos, los preceptores me llevaron con Rapari el director,
que también se lavó las manos. Y la causa ascendió a Molina, el rector, que llamó a mi vieja. Mi vieja no lo dejó hablar. Como estaba
avergonzada por el bife monumental que le metí a mi compañero, muy
angustiada le repitió el discurso pelotudo que le dio la directora de la
primaria. De la violencia y toda esa porquería protocolar que me hacía
quedar como una violenta. Se disculpó. El tipo la frenó y le dijo
"Señora, ¿de qué me habla? ¡Su hija actuó perfecto! Si a mi hija le
hubiera pasado, me encantaría que reaccione así. ¡Acá la equivocación es
del otro! Y nosotros como institución". Yo me quedé. Dieguito
estuvo suspendido varios días. Tuve suerte. Gracias a que después de
pasearme por todo el colegio mientras Diego estaba en el aula cursando,
terminé con Molina.
A los ocho años aproximadamente mi mamá me mandó a hacer
los mandados al almacén de la otra cuadra (antes los pibes no teníamos PlayStation, salíamos mucho a la calle). Era verano. Me acuerdo porque tenía un
shortcito que mi madrina Gloria me había traído del negocio de ropa de
Munro en el que laburaba. Volvía con todo en la mano y un tipo de rulos,
de unos veinti o treinta y pico con pelo largo, me frenó y me mostró la
pija. Y se tocaba. Ocho años tenía yo, repito. Y me acuerdo patente lo que
pensé cuando me preguntó "¿Te gusta mi pitito? ¿Querés jugar con mi
pitito?" y yo muda y dura, porque nunca había visto uno. Pensé en decirle que sí. Porque sospechaba que si le decía que no, se
iba a enojar y podía pegarme. Salí corriendo. Mi familia horrorizada, mi
vieja seguro lloró (eso no me acuerdo, pero siempre lloraba) y lo
salieron a buscar. Me hicieron dibujar lo que me había mostrado. Tuve
suerte. Porque la puedo contar casi veinte años después y porque no pasó a
mayores.
Más o menos a los quince años, iba caminando con mi
vieja y mi tía por Estación Rivadavia en Núñez. Y un tipo, que había
salido del partido de River, pasó por al lado mío y me agarró una teta.
Me apretó la teta. Así, sin más. Mi vieja lo puteaba, mi tía salió a
correrlo mientras también lo puteaba. Yo me sentí mal. No caí. Tuve
suerte. Porque estaban mi mamá y mi tía.
A los diecisiete, me iba a tomar
el tren para ir a gimnasia, a la tarde, y un tipo me empezó a seguir.
Me balbuceaba cosas horrendas, le grité y se alejó. Se subió al puente y
mientras me miraba y me hacía señas, se hacía la paja. No me sacó la
vista de encima. Yo estuve perseguida hasta que llegué a Belgrano.
Adentro del tren. Cuando volví a mi casa y mucho tiempo después. Tuve
suerte, solamente se masturbó adelante mío y me descalibró
psicológicamente durante un tiempo.
Dieciocho años. Volvía del
colegio con el uniforme y sentí pasos atrás. Alguien venía corriendo.
Pensé que era mi hermano y me hice la que no escuchaba. Sentí una
frenada justo atrás mío. Su respiración en la nuca y dos manos que por
abajo de la pollera me levantaron del culo en el aire. Me di vuelta. Un
flaco, de rulos y ojos claros con cara de enfermo. Salí corriendo. Tuve
suerte. Era la época del violador de Núñez y yo estaba a media cuadra de
mi casa. Bloqueada, pero entré a mi casa. En estado de shock, pero
entré.
Seis situaciones, entre las incontables que tengo. Y
guarangadas que me fumé por la calle, en laburos y tocadas de culo en
transporte público, ya perdí la cuenta.
Como verán, según creé la mayoría, tuve suerte. Ahora... yo les pregunto, ¿tuve suerte?